viernes, 17 de junio de 2016

II CONCURSO DE RELATOS CORTOS: NARRACION NUM 7



Iniciando mundo…
Solicitando capacidades de la región…
Cargando mundo…

Con ver estos mensajes en la pantalla del pc se le alteraba el pulso. Después de una larga jornada llegaba el momento de reencontrarse con Caroline y el corazón le palpitaba como a un adolescente. Cómo le gustaba sentir esa sensación que no tenía desde hacía más de veinte años. Los sonidos de entrada en Second Life le devolvieron la atención  a la pantalla. Un segundo, dos, ya estaba en Never Land, un territorio abierto a la aventura, donde lejos de ser ese empleado gris, anodino y casi trasparente, tal y como se sentía en su vida real, se convertía en una especie de héroe cazador de no se sabe muy bien qué criaturas. Y allí estaba Caroline que con su sola presencia hacía que todo mereciese la pena. Sentía de nuevo que la sangre corría por sus venas, había vuelto a  recuperar la salud, la alegría y su vida volvía a teñirse de mil colores, al igual que su corazón volvía a colorearse con ese mismo arco iris de sentimientos.
Caroline era su alma gemela. Sí, esa era lo que mejor la definía. Con ella todo era perfecto. Arthur y Caroline se encontraron casualmente una noche en la plaza del poblado que dominaba Never Land. Allí entre charlas y risas, vieron que cada vez congeniaban más y más. Que cada día que pasaba anhelaban más estar de nuevo juntos. Pasaban horas hablando de sus aficiones. Coincidían en gustos musicales, en los libros que habían leído, las películas que volvían a ver una y otra vez, los platos que más disfrutaban comiendo…
Después de contarse cómo les había ido el día en sus respectivas vidas fuera de Second Life, continuaron hablando de cine.
    ­­¿Sabes que esta noche ponen Pulp Fiction en la tele? —le pregutó ella.
    Lo que daría yo por verla contigo —respondió Arthur con melancolía.
    ¿La vemos? Ponemos la televisión y hablamos por Voice.
Y así hicieron, cada uno en sus respectivas casas, hablando por Voice mientras miraban la televisión. Era lo más parecido a ir al cine juntos. No importaba lo lejos que estuviesen físicamente en Real Life el uno del otro, en ese momento casi podían sentir el abrazo del otro mientras veían las escenas de John Travolta y Samuel L. Jackson; notaban como la calidez del otro atravesaba la piel y como alcanzaban con ello un dulce confort.  Y así, pasaron las horas, hasta que esa dulce calidez les hizo ir al reino de lo onírico.
Sonaba el despertador. Un nuevo día iniciaba su martilleante rutina.  Después de afeitarse y ducharse seguía manteniendo fresco el recuerdo de la noche anterior. De las sensaciones vividas a través de su avatar. Pero ya no estaba en Second Life. Qué cruel puede ser un recuerdo, y aún así deseamos tenerlo, nos resistimos a guardarlo en el olvido.
De camino al trabajo las mismas caras de siempre, los mismos anuncios en las paredes de la estación, lo mismo, lo mismo. Pero allí como todos los días también estaría esa mujer que atraía toda su atención. Llevaba viéndola desde hacía años, desde que se cambió de barrio. Todas las mañanas cruzaba la mirada con ella y la observaba a hurtadillas en los vagones del tren. Era hermosa, sí. Para él era un deleite y una tortura ese, a veces eterno, ratito que compartían durante el viaje hasta que ella se bajaba una parada antes que él. Se maldecía una y otra vez porque, al contrario de Arthur, él no tenía valor para siquiera acercarse a ella. Se odiaba por esa timidez que le atenazaba los músculos, que le bloqueaba las cuerdas vocales y que le paralizaba de tal forma que no era capaz ni de sonreír. Nunca sería como Arthur, nunca. No tendría el arrojo y el desparpajo que éste tenía en Never Land. Y así como Arthur había encontrado el amor de su vida, él nunca tendría esa dicha. Se odiaba y se daba pena a sí mismo.  Llegaba  el tren y las personas que esperaban en el andén se preparaban para subir. Ella pasó por delante de él y cuando lo hizo él aspiró todo el aire que pudo para captar la esencia que ella desprendía. Quería ver que le mostraba una sonrisa, quería oír que le saludaba. Pero ni veía ni oía nada. Qué raro era todo. En este mundo físico no poseía nada, y en el otro inmaterial de Second Life lo tenía todo pero no podía tocarlo.
Llegó el momento en que ella se bajaba. Él la siguió con la mirada detrás del ejemplar del 20 minutos hasta que desapareció por los túneles de salida del Metro y sintió que el mundo oscurecía.

Subiendo hacia la superficie por las escaleras, ella iba viendo como ante su vista aparecían los árboles del parque al que se llegaba en esa salida del Metro. Aunque la parada anterior estaba mucho más cerca de su lugar de trabajo le gustaba bajarse ahí porque así paseaba por ese jardín con sus árboles, su césped y sus irregulares caminos antes de entrar a impartir las clases en el Instituto de Secundaria donde trabajaba. Le encantaba atravesar el estanque por el puente de piedra porque así evocaba sus vivencias en Never Land. Le hacía sentirse como su Caroline en Second Life. Se paraba en medio del puente y miraba su reflejo en las aguas del estanque y en ese reflejo soñaba que ese hombre con el que se cruzaba todas las mañanas en el metro y  que ella quería pensar que la miraba, se acercaba y le susurraba al odio:”Caroline, soy Arthur”. Entonces, el mundo sería perfecto.

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